EL SOL DE LAS MILANESAS

EL SOL DE LAS MILANESAS

 

 

Buenos días estimados lectores. ¡Qué bueno es estar vivo! No por el hecho de respirar, poder caminar o tener la suerte de ver, porque no todos tienen esa suerte.

Estar vivo es otra cosa. Es la posibilidad de elegir, en cada momento y en medio de nuestras circunstancias, qué hacemos con nuestras vidas.

 

Hoy estaba preparando la nota que iban a leer, en lugar de la que están leyendo y me llegó un poema.

Lo escribió Adriana Briff, una rosarina que vive en San Mateo, California, al Sur de San Francisco.

A 8 horas de Los Angeles, una urbe que, en sus palabras, «no la podría sustentar para sobrevivir ni un solo día».

Es un pueblito, aldea, mar y montañas. Y ella sigue siendo una chica de pueblo. No la conozco personalmente, aunque si por mi profesión y la siento muy cercana, a pesar de la distancia.

Ese poema me cambió la tarde, me cambió la nota y me cambió el día. Porque me recordó algo que siempre me pasa cuando recibo amigos, colegas o visitantes de nuestra ciudad y los llevo a recorrer Rosario.

 

 

¿Saben qué me recordó? La poca conciencia que tenemos o tienen, los rosarinos, de vivir en la ciudad en la que viven. Porque yo creo tenerla y desde estas páginas con Oscar hace años que luchamos para que se conozca en el mundo.

Así, que si todavía estuviéramos en la era del papel, hagan de cuenta que rompí los borradores, tiré al cesto los bocetos y empecé de nuevo.

Con el poema de Adriana. Que me llegó en medio de un mail sin título. Escrito a propósito de una foto que también reproduzco sin autorización, pero con emoción, y al que con atrevimiento y sin permiso de su autora, me permití titular: El sol de las Milanesas.

 

EL SOL DE LAS MILANESAS

 

FOTO DE CARLOS SOLERO

 

“El cielo de Rosario desprende un olor a espacio, cuando llega al teléfono. Un plano inerte, como esas baldosas que pisaba por las calles que llevaban al río.

Tantos años y no dejo de sentir en el comienzo de mi nariz,  el olor a yuyo, la frescura de la isla, que me abría las puertas a un lugar inexistente.

 

 

Caminaba, diligenciando, pateando los recuerdos, con la urgencia de enhebrar un mundo que fuera ese mundo, el que imaginaba.

Y mi ciudad era la más linda, la más amplia, la más querida. Yo no podía imaginar otra felicidad, lejos del sol de las milanesas y la sombra de los árboles paraísos dando cobijo al calor del verano.

 

AVENIDA DEL HUERTO BAJANDO DESDE MITRE A SARMIENTO EN LOS AÑOS 70. OLEO DE ALFREDO GUTIÉRREZ.

 

Se me llenaron los ojos de alucinaciones locales, de ruidos rosarinos entrañables, de voces que solamente se escuchan en esa ciudad que ya no es.

Y en ese ejercicio del construir, me fui yendo, caminando, pateando baldosas rotas, mirando como sangraba el dedo gordo del pie que se escapaba de una zapatilla rota.

 

 

Hoy me llega esta foto y el tiempo se circula en globo, en escarapela, en redonda goma de borrar, en hamburguesa del carrito de la costanera, en cospel, en tacita del Cairo, en esas volutas de humo que nunca pude hacer, mientras mascaba chicle.

 

BULEVAREANDO POR OROÑO, PINTURA DE ANA PETRINI.

 

En  el ojo negro atravesando la mitad de los boulevares. Hay una ciudad que no existe y acá la estoy mirando. La huelo y la escribo para poder leer ese libro que solamente yo veo en mi imaginaria biblioteca.

Mi patria es Rosario, es este cielo, es ese olor a tilo que se quedó flotando. Una suave garra de aroma que me tomaba del cuello, mientras me decía «seguí» y me besaba los pasos.

 

Irse es volver siempre y quedarse es irse sin poder volver. Todo se evapora como estas nubes y el olor al río nos envuelve.  Es una sinfonía de infancias jugando en la arena, confundiendo el barro con petróleo y el amor con la despedida.

Gracias Carlitos Solero, por la foto”

 

Adriana Briff

 

ROSARIO TIENE TODO, MENOS AUTOESTIMA

 

 

En nuestra edición del 10 de abril del año pasado publicamos una Carta Abierta, en la que convocábamos a todos los sectores involucrados en la gastronomía, el turismo, el turismo gastronómico y el enoturismo, a los organismos oficiales, al resto de los medios, a una gran mesa para cuando el COVID 19 se retirara y la actividad comenzara a normalizarse.

Lamentablemente recién ahora estamos dando los primeros pasos para lograr algunos encuentros, imprescindibles para construir una marca “rosario”, que salga a competir con marcas nacionales que ya llevan años, impuestas en el mercado nacional e internacional.

 

 

Marcas clásicas como “mendoza”, “córdoba”, “salta”, “mar del plata”, “tucumán” y otras nuevas como “cafayate”, “iberá”, “tandil” o “santiago del estero”.

Cuando un visitante llega de Buenos Aires por Boulevard Oroño, siguiendo el camino natural de la Autopista, se encuentra asombrado con el Parque Independencia y sus árboles centenarios.

 

 

De allí hasta la Avenida de la Costa no deja de abrir sus ojos de par en par. Viendo las casonas del siglo pasado, el movimiento de la gente, la tranquilidad de nuestras calles.

Llegar a la costa y recorrerla de punta a punta es un privilegio que pocas ciudades tienen en Argentina. Desde el Monumento a la Bandera hasta el Puente que une Rosario con Victoria prácticamente todo el tiempo bordeando el río.

 

Un río, que para los europeos, es casi imposible de concebir. Mis amigos españoles, acostumbrados a los ríos de la península. A los árboles de la meseta castellana o a los olivares de Extremadura, se quedan sin palabras.

Pero para los rosarinos, quién sabe por qué, sufrimos de un extraño complejo de inferioridad. Cualquier cosa de afuera es mejor.  Y cualquier cosa de acá a la vuelta, es…de acá a la vuelta. Porque para nosotros, Rosario siempre estuvo cerca.

 

 

ROSARIO, TIERRA DE BODEGONES

 

 

Cada fin de semana largo, Rosario sufre una verdadera invasión de porteños, que aman nuestra ciudad. Pero de corazón. Eso puedo asegurarlo.

Llenan nuestros restaurantes. Y se van chochos y satisfechos. ¿Saben por qué? Porque los habitantes de la capital de nuestro país son amantes de los bodegones tradicionales aggiornados.

 

 

Adonde se come abundante, fresco, bueno y barato. Y Rosario sin ningún lugar a dudas, es la capital nacional de los bodegones. Por eso desde esta página, y en cada reunión con dueños de restaurantes, sostenemos que la marca “rosario” en cuanto a lo gastronómico debe ser reconocida como “Rosario, Tierra de Bodegones”.

 

 

 

Y es que desde La Marina frente al Monumento a la Bandera hasta la Parrilla Escauriza, pasando por el mítico Comedor Balcarce, El Popular de Pichincha, La Atrevida en Refinería, herederos del clásico El Bodegón ya desaparecido, hasta el La Social, en Necochea y 9 de Julio, la gente de Rosario come en los bodegones, todos los días.

 

 

 

El rosarino no sale a comer los sábados o los viernes. Las distancias no son grandes y amigas y amigos, con un par de llamados, se organizan a las 8 de la noche y salen a cenar a las 10. Cualquier día de la semana.

 

 

Cuando con Horacio Colovini y Pipi Monserrat teníamos La Chernia, el Chucho y la Cholga, que fue  junto con el Rich, los restaurantes emblemas de principios de siglo, nadie que viniera a la ciudad, dejaba de ir.

 

 

Pero aunque era un restaurante de pescados y mariscos exclusivamente, en el fondo era un Bodegón de cinco tenedores. Porque todos sus platos eran abundantes y para compartir.

No hubo famoso y no famoso de Argentina o del exterior que no se sentará en sus mesas. Y a la hora de pagar algo no fallaba nunca: cuando miraban la cuenta y hacían la comparación con sus Seafood Restaurants o sus Marisquerías Porteñas, siempre llamaban a la moza para que revisara la cuenta porque creían que no les habíamos cobrado algo. Les parecía demasiado barato.

 

 

Una vez el querido Daniel Rabinovich, nos llamó a la mesa y nos sugirió: “muchachos ustedes tienen que poner precios para Rosario y precios para Buenos Aires y extranjeros, es muy barato lo que cobran”.

 

EL SUBE Y BAJA DE LA AUTOESTIMA

 

 

El complejo de inferioridad, no viene solo. Siempre trae de la mano un mecanismo de defensa. Es imposible sino sobrevivir a ese sube y baja entre soy el mejor y no soy nada. Ese mecanismo que completa la impotencia, es la omnipotencia.

Así que estimados lectores del resto de mundo no rosarino, les voy a contar algo más de nosotros. En Rosario no es posible tener restaurantes como los que puede tener Nadia Harón en Mendoza, Gunther Moros en Misiones o Patricia Curtois en Iberá o Cafayate. Primero, porque carecemos de esos productos de kilómetro cero con que ellos cuentan.

 

 

Y segundo, porque los rosarinos están dispuestos a pagar un cubierto $ 6000 en Buenos Aires, sin que se les mueva un pelo. Pero si acá en Rosario el cubierto trepa un poco más de los $ 2000, es capaz de llamar a su contador para que audite la cuenta.

 

 

Así que por un lado decimos que tenemos los mejores helados, las mejores damas, las mejores pizzas, los mejores bodegones, las mejores parrillas, y por el otro, cuando nos sobra una moneda, la gastamos afuera.

 

 

Ni tanto, ni tan calvo. Ni somos los mejores de nada, ni somos el último orejón del tarro. Por eso quiero volver a Adriana y a sus palabras que tanto me emocionaron para cerrar esta nota: “Mi patria es Rosario, es este cielo, es ese olor a tilo que se quedó flotando. Una suave garra de aroma que me tomaba del cuello, mientras me decía «seguí» y me besaba los pasos”.

 

 

Emilio R. Moya

 

Fuentes: citadas y enlazadas en la nota
Oscar Tarrío

Director Periodístico Chefs 4 Estaciones en Chefs 4 Estaciones / Ex Editorial Diario La Capital

NODO norte

Un suplemento del Diario La Capital

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