EDITORIAL: SALVEMOS AL BUÑUELO

 

EDITORIAL: SALVEMOS AL BUÑUELO

 

 

Buen domingo estimados lectores. La mayoría de ustedes, por razones obvias de nacimiento,  no han conocido la verdadera crudeza de los inviernos.

El calentamiento global, el crecimiento de los centros urbanos, el cambio en las costumbres de la moda, y algunos avances tecnológicos los han privado de algunos placeres, que los mayores hemos disfrutado.

Desconocen, por ejemplo, la sensación del frío extremo en las piernas a los seis años, cuando con pantalones cortos o faldas, mocasines, medias, y guardapolvos, caminábamos por calles de tierra, todavía blancas por la escarcha, en medio de la noche cerrada, rumbo a la escuela.

Tampoco estuvieron formados, media hora en un patio helado con las manos congeladas y los labios cuarteados, esperando a que izaran la bandera en medio de una incomprensible canción que hablaba de un águila guerrera.

 

 

Porque hasta dónde yo sé, en Argentina vuelan en las alturas los cóndores, y las águilas guerreras son patrimonio de los Estados Unidos de América o de México.

 

 

Lo curioso de aquel ritual, es que a pesar de todo eso, en lugar de odiar la Bandera, aprendimos a amarla, y cuando nos tocó ir a jurarla al Monumento Nacional a la Bandera, otra vez con un frío que calaba los huesos, y con los mismos pantalones cortos a los nueve años, lo hicimos hinchados de emoción.

 

 

Al entrar a las aulas, no crean que el panorama cambiaba mucho, con suerte el olor a querosene nos anunciaba que al menos nuestra escuela contaba con una vieja estufa, generalmente ubicada al frente de la clase, que daba más olor que calor.

 

 

Sólo una cosa hacía tolerable aquellos inviernos. Era la temporada de los buñuelos de la abuela. Un verdadero milagro, que explotaba de sabores y que en cualquier casa, de cualquier clase social, siempre estaba presente.

 

 

EL PODER DE LA INDUSTRIA DE LOS ULTRAPROCESADOS

 

 

Los buñuelos de la abuela han recibido la peor prensa posible a lo largo de las últimas cinco décadas. Desde médicos televisivos hasta pseudonutricionistas al servicio de la industria de los alimentos ultraprocesados.

 

 

Publicaciones de todo tipo que promocionaron una supuesta vida saludable basada en suplementos dietarios, alimentos light o bajas calorías y hamburguesas de espinaca, arvejas, brócoli, o cualquier otra verdura o pescado mezclados con toneladas de soja y grasas trans de todos los tipos, se han encargado de denostarlos.

 

 

Recibiendo cuantiosas pautas publicitarias y sobres de papel madera no declarados, de un poderoso lobby: la industria de los alimentos ultraprocesados que venden los supermercados oligopólicos en todo el mundo.

¿Cuál era su pecado? ¿De qué se los acusaba? Solo, de ser fritos. Y por esa sola causa fueron arrasados del repertorio de comidas aceptables y saludables.

Con ese paulatino, pero pertinaz bombardeo gráfico, radial y televisivo, lograron que existan generaciones enteras que no han probado en su vida un humilde pero delicioso buñuelo.

Que no han sentido su olor. Que no han visto como al abrirlo con los dedos uno se encontraba con una textura abierta en agujeros que los hacía tan livianos.

 

 

Salados o dulces eran deliciosos, y seguramente la primera aproximación que tuvimos a verduras que, de no haber sido disfrazadas de buñuelo, difícilmente hubiésemos aceptado en la tierna infancia.

Como por ejemplo la coliflor, la espinaca o la acelga. Pero en forma de buñuelo, eran tan sabrosas, que cuando por fin se nos presentaban al natural, ya eran viejas conocidas.

 

LA REIVINDICACIÓN DEL BUÑUELO

 

 

Estimados lectores, afirmar que todo lo frito no es saludable es una estupidez supina equivalente a la afirmación de que todo alimento a la plancha es saludable.

Si usted coloca a la plancha una molleja o un chinchulín, o en la parrilla, va a comer más grasa y por consiguiente elevar sus niveles de colesterol y triglicéridos, que si fríe en un aceite vegetal una carne magra de una milanesa de nalga o de pechuga de pollo.

Cualquier hamburguesa que compre en un supermercado, sea de quinoa, de lentejas, de la legumbre  o verdura que prefiera, es menos saludable que una muzarella contaminada.

Mejor dicho, cualquier cosa que usted compre en un supermercado congelado o ultraprocesado. Aunque diga Light, Saludable, Super Sano o lo que más le venga en gana ponerle a los expertos en Marketing.

En cambio el buñuelo de las abuelas era un verdadero milagro de la termodinamia gastronómica, ya que habían conseguido atrapar el viento. Transformado mediante una sencilla pero eficaz técnica tres elementos en un alimento delicioso capaz por sí mismo de ser exquisito.

 

 

Y combinado con alimentos salados o dulces de alcanzar la perfección. Su único contacto con un materia grasa de origen vegetal era en su superficie y al ser fina y crocante, mínimo.

En cambio su interior, tierno y relleno de agujeros, permitía desde incluir tal cual sin ningún aditamento, como Buñuelos de Viento, dulces caseros al partirlos al medio con las manos, aún tibios.

Ni hablar si llevaban en su interior trocitos de manzanas o de bananas. Con una taza de chocolate caliente, eran el mejor remedio para aquellos fríos extremos.

Y para los almuerzos, permitían no sólo disfrazar las verduras, sino también los pescados, que tanto trabajo dan en nuestro país carnívoro por excelencia.

 

SALVAR AL BUÑUELO: UNA TAREA DE TODOS

 

 

Me permito robarle una frase de Alejandro Dolina para apelar a usted “joven borrego o borrega que nos lee”, necesitamos que salven al buñuelo de su extinción, para que puedan conocerlo las generaciones por venir. Para sus hijos. Y los hijos de sus hijos.

Hay todavía cientos de tutoriales que enseñan las técnicas que usaban nuestras abuelas. Países que se resisten a permitir que cambien sus costumbres ancestrales y resisten frente a la todopoderosa industria de los alimentos.

En caliente y en frío. Con agua o con leche. Con un huevo o con cuatro. Porque los buñuelos son tan elásticos y esponjosos que se adaptan a la economía de cualquier casa. Hasta existen los buñuelos de viento…que están rellenos de aire.

Háganse cargo de preservarlos. Encabecen una búsqueda sin prejuicios. No crean todo lo que ven en los medios. Y por sobre todo hagan su propia experiencia. No se dejen arrear como ovejas.

Porque puedo asegurarles que el manjar más delicioso, una tarde de invierno, en casa de la abuela, no era otra cosa que un simple buñuelo, hecho con mucho amor.

Les dejo a modo de ejemplo una receta de los buñuelos de viento. El mejor ejemplo de la felicidad hecha comida para nietos, con un puñado de harina, un poco de azúcar, una tacita de leche y dos huevos.

 

 

 

Emilio R. Moya

 

Oscar Tarrío

Director Periodístico Chefs 4 Estaciones en Chefs 4 Estaciones / Ex Editorial Diario La Capital

NODO norte

Un suplemento del Diario La Capital

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