UN MES PARA RECORDAR
Buenos domingo estimados lectores. Yo era uno de esos típicos amargos, que en los últimos años repetía como un loro: “otra vez diciembre y la cantinela de las fiestas”. Argumentos nunca faltan y mucho menos a medida que uno se va haciendo mayor, digamos muy mayor, de más de seis décadas.
Y la mesa navideña se parece más a un cuento de Agatha Christie, que a una comedia americana. Cada año desaparece un comensal de la mesa. Además de que la mayoría de estas celebraciones generalmente reúnen un variopinto conjunto de familiares, pseudo familiares, familiares políticos y vecinos, que a lo largo del año, normalmente, ni se ven, ni se quieren, ni se soportan.
Ciertamente diciembre exacerba el mecanismo, ya de por sí desenfrenado del consumo, y deriva en compras más allá de las posibilidades económicas del grupo familiar, y en regalos que harán sangrar las tarjetas de crédito durante todo el año.
Amén de ingestas exageradas de comidas y bebidas que colocan a los comensales al borde de la emergencia sanitaria. Si nos atenemos al sentido común, todo eso es rigurosamente cierto.
Pero el sentido común generalmente está equivocado. La tierra no es plana. Ni es el centro del Universo. Y a pesar de que veamos salir el sol por el este y ponerse por el oeste, no gira alrededor nuestro. Es la tierra la que gira alrededor del sol, sino no existirían las estaciones.
LA FELICIDAD SE TRASMITE EN LAS TRADICIONES
Convengamos que la felicidad, que todos los hombres y mujeres tienen como fin último, según Aristóteles, no es algo permanente. Sino más bien un conjunto de buenos momentos. Al ser el presente tan efímero, y en unos segundos volverse pasado, la mayor parte de esos buenos momentos son como cuentas de un collar que guardamos en nuestro pasado.
El futuro, el futuro aún no existe pero necesitamos proyectarnos hacia él con esperanza y buenos deseos que contrarresten la certeza de la finitud de nuestra existencia. Y además con la esperanza de seguir construyendo felicidades, que se transformen en buenos recuerdos.
De eso tratan las fiestas de fin de año en todas las culturas, y eso es lo que trasmiten en sus tradiciones. Cuando nos sentamos a la mesa en Nochebuena, o se sientan los chinos en su año nuevo lunar, o los judíos en su año nuevo, o los musulmanes en el itfar, es posible que falten las personas que ya no están.
Pero no faltan sus recuerdos y la felicidad de esos recuerdos materializada en sus aportes a la mesa común. La torta que hacía la abuela. El matambre que hacía la tía, o la torre de panqueques que traía aquella prima de Buenos Aires.
Todos esos recuerdos están preservados en forma de las comidas que comemos. Y nos recuerdan quiénes somos y de dónde venimos.
Este año haremos nuevos recuerdos felices. Con los milennials que aportan sus recetas veganas. Sus panes de masa madre y semillas. Sus bebés y sus niños que corretean y se emocionan con los regalos, y que nos recuerdan que la Rueda del Tiempo nunca se detiene.
Y que cualquiera sea la edad que llevemos en nuestro DNI, siempre tenemos tiempo de seguir construyendo recuerdos felices, y agregando cuentas a nuestro collar imaginario.
Así que amables lectores, menos sentido común y muchas más ilusiones. Que diciembre es un mes maravilloso y hay que disfrutarlo a pleno. Con amigos, con familia, con recuerdos, con vecinos y si estamos solos, busquemos con quién compartir lo mucho o poco que tengamos.
Y disfrutemos hoy, la magia de Lionel y de los otros veinticinco leones que están en Doha, cualquiera sea el resultado. Porque cualquier excusa es buena para salir a la calle a festejar.
Hasta el domingo
Emilio R. Moya