¿QUIÉN NOS QUITA LO BEBIDO?
Buen domingo estimados lectores. Desde tiempos inmemoriales el vino, los alimentos y la mesa compartida, forman parte de las metáforas preferidas para juglares y trovadores. Independientemente de la etnia, la lengua o la época en que vivan o hayan vivido, es recurrente encontrar su huella. En forma de canciones, tradiciones orales o refranes populares.
El título de mi editorial de hoy, es el título de una de estas canciones. Fue compuesta por Iván Noble para el álbum “El arte de comer sin ser comidos” que se presentó en 2021 y estuvo nominado este año a los Premios Gardel.
Obviamente su propósito es más bien filosófico y existencial, pero me voy a permitir utilizarla como disparador, para reflexionar con ustedes, acerca de algunos términos gastronómicos y no tan gastronómicos, que nos atraviesan hoy. Pero para ello, primero tendrán que escuchar la canción…
O al menos leer su letra…
“Corazones rotos a estrenar. Viejos muebles que se traga el mar. Llegan los buitres, Vuelan bajo y en picada. Tarde o temprano, todo César tiene su puñal, ah, ah, ah.
La fiesta del vino terminó. Lágrimas, rencor y Omeprazol. Vendimos la piel, antes de cazar el oso. Malabaristas del desprecio y la soledad, ah, ah, ah.
Y la muerte suelta todos sus esbirros. Y a nosotros, ¿quién nos quita lo bebido? Siempre fuimos camaradas y enemigos. En el arte de comer sin ser comidos.
Sigiloso, llega el desamor. Y nos vacía todo el cargador. Insectos de espaldas, agitando las patitas. Siempre hay un ángel que nos besa, y se esfumará, ah, ah, ah.
Y la muerte suelta todos sus esbirros. Y a nosotros, ¿quién nos quita lo bebido? Siempre fuimos camaradas y enemigos. En el arte de comer sin ser comidos”.
SIEMPRE FUIMOS CAMARADAS Y ENEMIGOS
Cuándo éramos niños los que hoy pasamos los sesenta la vida no era mejor, pero era más sencilla. La pobreza existía, pero no laceraba como una herida abierta. De la indigencia no se tenía noticias, ni siquiera en los lugares más lejanos. Y la inflación recién empezaba a mostrar sus garras. Comer en familia, juntarse con amigos, con compañeros de estudio o de trabajo, era tan frecuente como ir al cine o viajar en colectivo.
Y ahí entramos a la primera palabra: compañeros. Su origen es más gastronómico que el de ninguna otra. Etimológicamente procede del latín cumpanis (cum: con, panis: pan), cuya traducción literal es con pan, dándole el significado de “compartiendo el pan” o “los que comparten el pan”, “comer de un mismo pan”, llegando hasta nosotros como compañero.
Camarada (*) significa correligionario o compañero, especialmente en partidos políticos, sindicatos, fuerzas militares, compañeros de trabajo y poetas. Camaradería era la estrecha amistad entre soldados y oficiales que vivían en la misma cámara, en el Ejército Español del siglo XVI.
La función del camarada era entre otras, la de hacerse cargo del testamento en caso de fallecimiento en combate de uno de los integrantes, así como de otras responsabilidades personales de las que la organización del Ejército, no se hacía cargo. Las cámaras solían estar integradas por un capitán y cinco o seis oficiales, y en el caso de la tropa, en igual número de soldados.
El uso de títulos igualitarios tenía su origen en la Revolución Francesa, en la que se abolieron los títulos de nobleza así como los términos monsieur (señor) y madame (señora), y en su lugar se empleaba citoyen (ciudadano).
Literalmente: Dios te salve Camarada!
Inicialmente llevaba y lleva una fuerte connotación militar en los ejércitos europeos, pero es a partir de la Revolución Rusa, cuando se lo comenzó a emplear como una alternativa igualitaria a señor y otras palabras similares, sin perder el rango.
La tercera de las palabras que me propongo analizar en este primer excursus, es enemigo. Este término en su etimología de procedencia latina, bajo la denominación inimīcus, del (in) negación y (amīcus) amigo, simplemente hacía referencia a aquellos que no eran amigos.
Pero corrió la misma suerte al pasar del latín al español, que el verbo hacer, y perdió su sentido original. Los romanos reservaban la palabra inimīcus, para los que no eran amigos o para aquellos a los que conocían. La relación de enemistad en este sentido era de índole privada, se daba entre personas que necesariamente habían de conocerse y se manifestaba como odio personal.
Algo imposible de sentir, si se desconociesen. “Qui est is quocum habemus privata odia”.
Vincenzo Camuccini – La morte di Cesare
En cambio para el Enemigo Público, reservaban la palabra hostes, en el sentido de enemigo interno, el que está dentro de la patria, el que comete alta traición hacia el Estado.
La relación de enemistad entre los hostes era de índole pública, se daba entre entes colectivos o abstractos y se manifestaba como antagonismo y oposición de orden público, de orden social o de orden económico. Estos antagonismos podían cristalizar en una guerra, civil o entre estados.
Hostes fueron declarados, por ejemplo, los senadores que apuñalaron a César en los Idus de Marzo, el 15 de Marzo del año 44 A. C., desencadenando la Guerra Civil entre Octavio y Marco Antonio.
EL ARTE DE COMER SIN SER COMIDOS
Hace cincuenta años, mis compañeros, mis camaradas y mis enemigos, en el sentido romano del término, cursábamos el primer año de la escuela secundaria.
Quién escribe este editorial, es el de la corbata torcida en el extremo superior izquierdo de la fotografía.
Había centros de estudiantes, y en las escuelas primarias, asociaciones cooperadoras, clubes de madres, bibliotecas populares y además, cooperativas de crédito. La Solidaridad era el Valor por excelencia y el individualismo, el dis-valor.
Las cadenas alimenticias y redes tróficas conllevan interacciones ecológicas, transferencia de energía, y adaptaciones, para ser el depredador y evitar ser la presa.
Mis compañeros, mis camaradas y mis enemigos, no estábamos de acuerdo en casi nada. Salvo en una sola cosa: defender la libertad de expresión del otro. Y en trabajar juntos para que las bibliotecas estén llenas de libros, así los que no podían tener acceso a ellos en sus casas, podrían llevárselos desde las bibliotecas.
Cincuenta años después mis amigos, mis camaradas y mis enemigos, nos sentamos en la misma mesa y seguimos sin tener, ningún gusto gastronómico en común.
Jamás se me ocurrió, en todos estos años, ofrecerles un plato con los ajíes picantes que tanto me gustan a mí. Por qué sé, que no comparten esa pasión. Tampoco les gusta la comida vietnamita, y alguna de mis amigas saldría corriendo, si le sirviera un plato de chapulines con una copa de mezcal y un gusanito adentro. No lo hago jamás.
Pero no todos pudieron esquivar a los esbirros que soltó la muerte. Porque un día llegaron los buitres volando bajo y en picada. Y les vaciaron todo el cargador. Por amor, por respeto a su memoria, elegimos brindar por ellos en cada asado que hacemos. Porque podrán haberles arrebatado sus vidas. Una vez en forma real y muchas veces intentando utilizarlas, para llevar aguas para sus molinos.
Lo que nadie podrá hacer jamás, es evitar que los recordemos inocentes de toda inocencia, con dieciséis o diecisiete años levantando sus copas, en las mesas que compartimos. Porque a ellos, que una vez fueron nosotros, algo no pudieron arrebatarnos. Volviendo a la canción: Y a nosotros, ¿quién nos quita lo bebido? Siempre fuimos camaradas y enemigos. En el arte de comer sin ser comidos.
DOS MIL VEINTIDÓS
Hoy el mundo es infinitamente mejor al mundo de 1972. Pero en Argentina no nos enteramos. Tomemos la palabra que tomemos, todas han perdido su sentido, comenzando por el Nosotros.
Desde arriba de la pirámide la usan para decir Yo, sin que se note tanto.
¿Y los estudiantes? Cómo decía Luka Prodan: mejor no hablar de ciertas cosas. Pero sería bueno que alguien les enseñara, cómo Cibo en Italia, enfrenta al fascismo con arte, sin entrar en el Ojo por Ojo, que termina con todos ciegos.
Y que sus compañeros siguen necesitando libros y bibliotecas populares y mucha esperanza. Porque no es cierto que el que nace pobre tiene que vivir como pobre, comer lo que comen los pobres, y morir como pobre.
Siempre estamos a tiempo de ensayar cosas nuevas.
Hasta el domingo
Emilio R. Moya
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