DESORIENTADO COMO TURCO EN LA NEBLINA
Buen domingo, estimados lectores. Antes que nada quiero aclararle al INADI, que lejos estoy de discriminar a nadie, con el título de mi editorial. No vaya a ser que me coma un garrón, sin comerla ni beberla, en el más estricto sentido gastronómico. Por el mero hecho de citar este dicho.
Con esta conocida frase, que se interpreta como “estar perdido” o “estar extraviado”, ocurre lo mismo que con los hijos guachos.
Se le conoce con certidumbre la madre, en este caso, es la lengua popular. Pero sobre el padre, circulan muchas leyendas. Y a lo largo de mi vida, me han contado y he leído varias.
Mientras preparaba este editorial, encontré un colega que coincidía con tres de esas leyendas, y que publicó un artículo en la ciudad de Concordia, Entre Ríos, el año pasado.
Su nombre es Rodolfo Oscar Negri, y me permito citarlo, para ilustrarlos a ustedes, y de paso hacerlo responsable por cualquier problemita, que surja con el INADI.
Estar “perdido como turco en la neblina” no es lo mejor que le puede pasar a una persona, ya que es la demostración de que está totalmente desconcertado, confundido ante algo que no puede resolver por no conocerlo, por no verlo, por no saber.
Demás está decir que turco o de la nacionalidad que sea, una neblina espesa no deja ver nada frente a nuestros ojos. Así ciegos, no se puede avanzar, ni siquiera intentar saber qué hay adelante.
El ensaya luego enumera tres de las versiones, que a mí me contaron.
LAS TRES VERSIONES DEL DICHO POPULAR
Vamos con la primera, que sería algo así como la versión criolla del origen de la expresión.
Tuca , Tuco, Tucapan , cucuyo o cocuyo entre otros nombres que posee de manera informal este particular insecto.
Ella afirma que el dicho original es “perdido como tuco en la neblina”. El “tuco” es luciérnaga, voz usada, de preferencia, en el Noroeste argentino. Es decir que, acostumbrado el tuco a brillar en medio de la noche, inmerso en la niebla, perdía su luminosidad por contraste, y su posible orientación. Al difundirse el dicho en el Litoral, y desconocerse la voz “tuco”, se la sustituyó, por su afinidad fonética, con “turco”. La frase así enunciada no tiene mucho sentido alusivo, pero se impuso de este modo en nuestra región rioplatense.
La segunda versión que nos contaron, a mí y a Don Rodolfo Negri, a quién no tengo el gusto de conocer, pero como somos compadres de anécdotas lo trato de Don, se refiere a la gran inmigración de masas del siglo XIX.
Según esta leyenda los sirio-libaneses, mal llamados turcos, cuando se radicaron en la Argentina, iniciaron su actividad comercial en varias provincias, como La Rioja, Salta, Santiago del Estero y Corrientes.
El comercio era, a partir de su llegada al Río de la Plata, la actividad por excelencia de esta colectividad, a quienes ni los más vigorosos contratiempos los detenían en su obstinado afán de vender.
Uno de esos contratiempos eran los días de niebla, especialmente cuando su actividad se efectuaba en zonas rurales.
En esos momentos, los mal llamados turcos, abandonaban sus carros o vehículos a un costado del camino, y traspasando las tranqueras o portones, según los casos, avanzaban en medio de la neblina rumbo a los cascos de las estancias o a los almacenes de los parajes, solamente guiados por los ladridos de los perros.
Nada los detenía en su afán de coronar con éxito sus transacciones, ni siquiera las intensas neblinas. Finalmente, con la dedicación que los caracterizaba y la fuerza de sus convicciones comerciales, llegaban al lugar indicado, aunque luego de pasar vicisitudes que el común de sus colegas criollos no soportaban.
En ese interín, los “turcos”, sacaban considerables ventajas vendiendo sus mercaderías, con mayor éxito y mejores ganancias.
A cambio de su éxito en la transacción, tuvieron que soportar, hasta nuestros días, ser los involuntarios creadores de la popular frase: “Más perdido que turco en la neblina.
Andar un rato extraviado no era el mayor problema para ellos. El problema era, no vender en el día la mercadería, tan sólo por una densa neblina.
La tercera es la de la Real Academia, la que proviene de España, la que la mayoría encontrará en los buscadores, y para mí, la menos fiable, y la más racista.
El triunfo de Baco es una pintura del español Diego de Velázquez, pintada en 1629 y conservada en el Museo del Prado. Es conocida popularmente como Los borrachos.
Según ella, la frase es producto de una serie de derivaciones que comienzan cuando en España se denominaba “turca” a la borrachera que generaba el vino puro también conocido como vino moro o vino turco. El uso popular derivó en la utilización de esta metáfora para referirse a alguien que está sumamente perdido como el borracho lo está transitando en medio de la neblina.
Una pequeña aclaración para la gente del INADI. Los textos en bastardilla, proviene de la pluma del periodista Rodolfo Oscar Negri, cuyo enlace está en esta nota. Cualquier problemita, se las arreglan con él.
En relación a la famosa frase yo tengo mi propia teoría acerca de su origen. Y tiene base científica.
Cualquiera que conozca el desierto, lugar de donde provienen las tribus nómades que iniciaron la invasión a la península ibérica, sabe que no existe la más mínima humedad.
Por lo tanto dudo mucho, que antes de arribar a España, jamás se hubieran enfrentado a las condiciones de una neblina, niebla o cualquier otro tipo de fenómeno, de esa naturaleza.
Tener que librar una batalla en esas condiciones, seguramente los habría desorientado. ¿Es posible? Como en Argentina cualquiera puede opinar de cualquier cosa sin fundamentos, claro que es posible. Tan posible como cualquiera de las otras leyendas, que citan sin ruborizarse, muchos historiadores de la televisión.
¿PARA QUÉ DÍ TANTAS VUELTAS?
En una nota normal, y en tercera persona, les puedo sarasear. En un editorial, tengo que serles franco. Para que se me pase la bronca.
Y es que Yo, Tú, El, Ella, Nosotros, Vosotros y Ellos, es decir todos y todas, los que vivimos en esta tierra bendita, hemos naturalizado la locura.
Pedimos un delivery de pizza y podemos recibir una pizza a 500, 1000, 1500 o 2500 pesos. Depende de dónde la pidamos, de la zona o de los astros.
¿Un sándwich de hamburguesa? ¿400? ¿500? ¿1000? ¿Quién lo sabrá? ¿Una docena de empanadas? ¿840? ¿1200? ¿El envío es aparte?
Y así pasa con todas las comidas. Además salir es cada vez más complicado.
Inseguridad + Alcoholemia 0 o Conductor Designado + Estacionamiento o Taxi o Colectivos Sin Frecuencia Nocturna = Nos quedamos en casa
¿POR QUÉ ESTOY ENOJADO?
Porque esto no es obra ni de un genio maligno, ni exclusiva responsabilidad de un gobierno, ni de los especuladores de siempre, ni de los empresarios voraces, ni de la burocracia sindical y menos del campo.
Tampoco es la inflación porque las he vivido todas y de todos los tipos. Era cuestión de multiplicar y nada más. Por 10, por 100 o por 1000.
Pero nunca se había perdido la referencia entre los valores relativos de los comestibles. Jamás una suprema de muslo costó la mitad, que un alfajor en un kiosco.
Un churro relleno, el doble que dos albóndigas de pollo, o un paquete de figuritas, lo mismo que cuatro kilos de menudos y de carcazas de pollo.
Y todos sabíamos cuánto costaba una pizza, en cada pizzería, y cuánto iba a costar a la semana siguiente. Era solo cuestión de multiplicar por la inflación, por la superinflación o por la hiperinflación.
Y de saber si pagábamos con pesos, con australes, con BOCONES, con BOFES, o si teníamos que llevar alguna cosa para hacer trueque.
Es absolutamente increíble que aceptemos que las cosas carezcan de valor de cambio. No se trata de la moneda solamente. Una botella de aceite es posible comprarla a $ 410 en un kiosco, a $ 780 en un almacén, y a $ 800 en un supermercado.
Hace más de cincuenta años que tengo claro que vamos directo hacia el Iceberg. Pero es la primera vez que siento que como sociedad, nos estamos comportando como los pasajeros de la Primera Clase.
Creo que ya no nos importa más que disfrutar la última cena, el último baile, la última canción que toque la orquesta.
Da lo mismo si cuesta cien, doscientos o mil. Da lo mismo si hay botes salvavidas para todos los pasajeros o solo para algunos.
La verdad a mi edad, no debería hacerme mala sangre por estas cosas. Pensar que en la escuela secundaria soñábamos con cambiar el mundo.
Y ahora me preocupo por saber cuánto cuesta una porción de pizza. Cuánto cuesta una hamburguesa o cuánto cuesta una docena de huevos.
Lo peor es que veo a la gente, agachar la cabeza y pagar lo que le dicen que cuestan las cosas, o no comprar si no lo pueden pagar.
Y el verlos tan mansos, tan entregados y tan faltos de rebeldía, me hace sentir tan desorientado, como turco en la neblina.
https://youtu.be/3gK_2XdjOdY
Hasta el domingo. (Y perdón por la catarsis)
Emilio R. Moya
Buena nota!